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domingo, 9 de mayo de 2010

Velas cibernéticas

Paco F. Frías en:

Que la vida evoluciona constantemente es algo tan obvio como los enigmas de un móvil táctil. Solamente las religiones -especialmente la católica- han tratado de obstaculizar el progreso científico y tecnológico a lo largo de los siglos pasando por la plancha a herejes temerarios que osaban poner en peligro con sus vaticinios paganos los frutos del sacro negocio. Cosa que sigue ocurriendo en nuestros días aunque con connotaciones menos cerriles.

El chiringuito canónigo mantiene intacta la rentabilidad de sus cuitas y hay de aquel que se inmiscuya en su pillaje teísta o sus lucros culturales. Y conste que esto no lo digo yo, convencido parroquiano de la venerable farsa cenobítica, lo dicen las Santas Escrituras en el Éxodo 20,4-5 por un lado, y la caja registradora del museo Vaticano por otro, por poner sólo un ejemplo financiero de las miles de mañas recaudatorias que tiene la Iglesia católica de nuestros días para mantener el lujo de su oronda jerarquía, mientras los verdaderos evangelistas se la juegan a orillas del Amazonas protegiendo su salud contra el curare y la ponzoña de las flechas indígenas, con un crucifijo de madera afilado en la fe de su credo.

La curia sigue haciendo encaje de bolillos con los edictos bíblicos y es la única industria multinacional que se mantiene firme a lo largo de los tiempos a pesar de que su materia prima es intangible y se distribuye sin contratos ni certificados de garantía. Cuestiona por sistema todo avance científico y rehúye a la tecnología porque ve en ella un pernicioso inspector de su trapacería. En cambio no descarta servirse de ella a conveniencia, cuando la rentabilidad del invento es de aplicación para potenciar los mecanismos de sus ingresos. Para eso no hay tabú ni veto que valga.

Resumiendo; la Iglesia como institución, es pura discordancia en si misma. La palabra de Dios es maleable a su antojo: “santificad el sábado” y ella lo hace el domingo… El voto de ayuno lo convierte en opulencia en forma de abultados barrigones y el de pobreza en mitras atiborradas de oro y brillantes. La castidad de sus acólitos se ensaña con el candor de la infancia y se traiciona en los sombríos escondrijos de claustros barrocos. El amor al prójimo se reduce a idilios con gobiernos imperiales, magnates capitalistas y monarquías influyentes. El reparto de riqueza se prorratea en las cuentas corrientes del Banco Vaticano y en el acopio patrimonial de sus bienes materiales. Los principios espirituales de su dogma pasean en limusinas por las calles de Roma y la otra mejilla la protegen bajo la tutela de escoltas y guardaespaldas. Un sin fin de etcéteras más completarían esta relación de contradicciones doctrinales que uno se resiste a declarar por vergüenza ajena y por mero respeto a los fieles que aún no han sabido disgregar su fe pura del montaje eclesiástico: “el que tenga oídos que escuche”. Yo lo hice hace tiempo y aseguro que para nada me siento irreverente relatando la incongruencia mística de quienes no representan en la tierra a aquél que perdonó a sus asesinos y que debería acercarse de nuevo por aquí a leerles el catón del buen cristiano a estos adúlteros de sus principios, profesionales y vividores de la moral humana a pesar de la expresa prohibición de Dios sobre la misión evangélica retribuida.

Internet, ese demonio en casa, difusor de vicios y maldades. Misil silencioso de la desintegración familiar. Incitador libertino de lascivia pornográfica. Disolvente electrónico de abrazos afectuosos. Aislante digital de encuentros amistosos. Provocador despiadado de desafíos fraternales. Enemigo fiel de la fusión y la concordia. Apátrida errante de devociones irreconciliables. Adversario doméstico de rutinas patriarcales. Exterminador inanimado de cadáveres cibernéticos. Consultor obsceno de clínicas abortivas y vicarías homosexuales. Alimaña, sabandija, bestia inmunda raptor de voluntades púberes y otras atrocidades morales, ahora es el mejor amigo de la Iglesia católica. Chúpatela. El que fuera acérrimo adversario de los clérigos cuando su irrupción en la sociedad hacía temblar los pilares pontificios, ahora se ha convertido en un magnífico aliado para seguir haciendo caja. Ya no sólo se sirve la Iglesia de la red para reclutar profesionales, soliviantar a la sociedad contra el progreso, y promocionar la visita apoquinada a sus incontables posesiones. Ahora además vende velas virtuales a un euro con treinta y nueve céntimos la llamita, en aparcería con empresas avizoras que cobran su comisión correspondiente por hacerles el servicio a los fieles, que ya no tienen que acudir a la iglesia a hincar las rodillas para orar a su santo preferido. Una página Web, con ingresos publicitarios incluidos, se encarga de todo. El ciberespacio, ese universo etéreo de inmoralidad y corrupción, se ha convertido de pronto en una capilla íntima donde la única imagen venerada es la tarjeta de crédito que hay que tener a mano para iluminar el saco sin fondo de la codicia monacal. Cuando el papa vista ropón y África ria, yo costeo un candelero entero.

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