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domingo, 29 de julio de 2012

La mirada republicana, de Andrés De Francisco

Fuente: GRUNDmagazine


La mirada

En 1995, el recientemente fallecido Theo Angelopoulus, dirigió una de las mayores obras de la historia del cine: La mirada de Ulises. Esta obra nos muestra la mirada de un director de cine griego exiliado en EEUU que vuelve a Grecia para asistir a la proyección de una de sus películas políticamente más polémica, aunque su principal interés en este viaje es encontrar la primera película de los hermanos Manakis en la que documentan la historia de los últimos cincuenta años de los Balcanes. El cine de Theo Angelopoulus se caracteriza por ser pausado y reflexivo, por construir una mirada intencionada sobre el mundo, como la mirada del cineasta griego sobre los Balcanes y la guerra de Bosnia. El cine tiene, entre otras cualidades, la de jugar con la perspectiva, y es por eso que hemos usado este ejemplo para ilustrar la propuesta epistemológica de Andrés de Francisco.

La mirada puede ser plana o amorfa. Para alcanzar profundidad y forma, ha de tener idea de lo que busca y estar en disposición de interrogar”. Bachelard (La formación del espíritu científico), hablaba obstáculos epistemólogicos refiriéndose a los problemas relacionados con la mirada, con “la ausencia de una mirada epistemológicamente válida para el desarrollo y la auto-comprensión no idealizada del conocimiento humano” (Mario Domínguez Sánchez-Pinilla y David J. Domínguez González en la introducción a la obra de Benasayag y Angélique del Rey Elogio del conflicto).

La mirada que nos propone Andrés de Francisco es una mirada organizada, para no caer en el riesgo de mirar por mirar sin ver, sin entender. Y “las cosas tienen múltiples caras y dimensiones, algunas de ellas ocultas; y para descubrirlas es preciso jugar con la perspectiva”. Esta perspectiva no nos viene dada, hay que construirla mediante conceptos, desde una teoría desde la que organizar nuestra mirada y desde la que observar con intencionalidad.


El marco conceptual desde el que el autor de La mirada republicana nos propone mirar intencionalmente la realidad social y política es el republicanismo.

El republicanismo como sistema de conceptos apunta al deber ser, es decir, a cómo deben comportarse un gobierno y sus instituciones, pero también a qué deben hacer los ciudadanos, es decir, recuperar la noción de virtud, tan polémica y denostada como necesaria.

La necesidad del republicanismo como teoría crítica viene en tanto que esta, “permite medir la distancia entre el ideal normativo y la evidencia empírica. Obviamente, si la distancia es infinita o insalvable, bien puede deberse a que los ideales normativos están mal construidos – no tienen en cuenta determinadas constantes de la naturaleza humana o de la estructura social – y resultan inalcanzables”. Es decir, se trata de devolver a la izquierda su potencial transformador, pero huyendo de metarrelatos y de posicionamientos esencialistas.

El republicanismo

El capitalismo no necesita ya el liberalismo ni la democracia (los ejemplos los tenemos en China, en Singapur, etc.). ¿Quiere decir esto que el liberalismo ha fallado? Quiere decir que las nociones de Estado y sociedad civil del liberalismo están en tela de juicio desde que la irracionalidad y la capacidad destructiva del libre mercado convierten a China y a Singapur en nuevos centros de poder mientras acaba con lo que queda de las instituciones democráticas en Europa. La propuesta del autor de La mirada republicana es un republicanismo democrático desde la izquierda que no pretende superar esa dualidad Estado/Sociedad civil, “pero que sí tiene claro que ambos deben ser fuerte”.

Centrándome en dos movimientos (por usar un lenguaje musical) de la actual crisis, y para evitar caer en destripar el libro capítulo a capítulo, centraré esta reseña en dos ideas que desarrolla Andrés De Francisco en La mirada republicana: la idea del Estado fuerte y la idea de la virtud ciudadana.
La primera, la idea del Estado fuerte, porque entiendo que ofrece elementos muy útiles para dar una respuesta a la actual crisis económica y política que atraviesa Europa, crisis que en gran medida viene, a mi entender, provocada por el progresivo desmantelamiento de los Estados y el mayor empoderamiento de los mercados. Y la segunda, por lo polémico de ese discurso que hace caer sobre los hombros de los ciudadanos la responsabilidad de la crisis, el famoso “habéis vivido por encima de vuestras responsabilidades”. Slavoj Zizek, en este sentido, invita a no psicologizar el capitalismo. Es decir, esto que vive Europa no es una crisis ética ni de valores, sino una crisis capitalista. Y a esta, hay que responder con argumentos y propuestas políticas. En esta línea, recuperar la noción de virtud civíca merece mucha de nuestra atención.

El Estado fuerte republicano

“Hay miedo al Estado. Lo hay en la tradición liberal, y lo hay en la izquierda socialista”. La primera porque piensa el Estado como una “estructura despótica”. La segunda, porque ve en el Estado una estructura de dominación de una clase sobre otra. Andrés De Francisco defiende que el republicanismo es una “filosofía política de la libertad”, y desde aquí, defiende la idea de un Estado fuerte. A partir de un rápido análisis de la herencia que Hobbes nos deja sobre la dualidad Estado/Sociedad civil, concluye que el liberalismo bebe de esta tradición: para Hobbes, dice Andrés De Francisco, “el poder político es patrimonio exclusivo del Estado” así “la sociedad moderna se concebirá como un ámbito despolitizado de relaciones y prácticas entre individuos cuya libertad se ve amenazada por el potencial coercitivo y normativo del Estado. Al carecer de un principio político de organización la sociedad civil no tardaría en ser vista como una esfera autónoma con su propia estructura”. De esta imagen que se va consolidando a lo largo del s. XVIII “resulta una concepción de la sociedad civil moderna organizada prepolíticamente en torno al puro interés económico”. Esta nueva sociedad, ya capitalista de mercado, se piensa como un sistema con leyes y dinámicas propias, con la idea elevada a dogma, y luego repetida como un mantra de “el mercado no solo induce el crecimiento económico, también se autorregula”. Así, se concibe al Estado como un peligro potencial por su capacidad de intervención. Pero estos miedos están también entre las filas socialistas, por un lado por motivos compartidos – el miedo a un exceso de autoritarismo – y por otro lado, por la concepción del Estado como instrumento de dominación de una clase sobre otra. Veamos.

“El republicanismo, para decirlo rápidamente, no entiende una sociedad civil despolitizada o apolítica”. Es decir, la tradición republicana rechaza la herencia de Hobbes y busca repolitizar la sociedad, “ello significa, para empezar, que la dominación y la coerción no son patrimonio exclusivo del Estado, sino que atraviesan a la sociedad en la medida en que la sociedad tiene quiebras”. Aceptando que el Estado es una fuente de poder, hay que entender que no es la única. “¿Cuáles son las fuentes del poder social?”, se pregunta Andrés De Francisco. Para el republicanismo, como ya señalar entre otros Marx, la principal fuente de poder social es la propiedad, y de este modo “para el republicanismo, la desigual distribución de la propiedad es una de las principales fuentes de conflicto social”, Además, “la propiedad privada no solo divide a la sociedad entre ricos y pobres, sino también en opresores y oprimidos”. Así que por un lado, tenemos la aportación de Marx (“perfectamente asentado en la tradición republicano-democrática) sobre el Estado afirmando el carácter de clase de este y concibiéndolo como un instrumento de poder; y por otro lado, la noción de hegemonía cultural de Gramsci por la que el poder del Estado es insuficiente si solo lo medimos por su capacidad de coerción, sino que hay “que completarlo con un sistema institucional y simbólico capaz de ganarse el consentimiento de las clases subalternas a su propia dominación”. El republicanismo democrático asume este esquema y concibe por tanto el Estado como un “Estado socialmente orientado – y por lo tanto, nada neutral – a favor de los más pobres, de los más débiles, de los más vulnerables”. Este Estado, cabe decir, sería lo que el republicanismo considera un Estado fuerte.
A este miedo a la autoridad respondía Engels en 1873 (De la autoridad, 1873) a los socialistas más libertarios y a los socialistas utópicos:

“Pero los antiautoritarios exigen que el Estado político autoritario sea abolido de un plumazo, aun antes de haber sido destruidas las condiciones sociales que lo hicieron nacer. Exigen que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la autoridad. ¿No han visto nunca una revolución estos señores? Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto por medio del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día, de no haber empleado esta autoridad de pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella?”.

La virtud ciudadana

Pero con un Estado fuerte, para evitar los abusos y la arbitrariedad, es necesario contar con una ciudadanía politizada, activa y educada. De poco “servirían los mecanismos de control político e institucional si tanto gobernantes como gobernados, los ciudadanos en general, no somos capaces de virtud cívica ni la practicamos suficientemente”.

“Sin virtud, en efecto, el mal ciudadano se desembaraza de sus deberes, se sacude las responsabilidades, y no cumple: no cumple con la ley en cuanto se le presenta la ocasión, ni cumple con sus compromisos si violarlos se le torna rentable”.

De ahí, por ejemplo, que el fraude fiscal en España sea deporte nacional. Pero deporte de élite, porque es un fraude cometido en su mayoría por la élite económica. Y esto nos lleva a la reflexión anterior sobre el Estado: si concebimos el Estado como un aparato de dominación de una clase sobre otra, y este fraude fiscal en España se salva con una “amnistía fiscal” para aquellos que cometen este delito, podemos llegar a pensar que el Estado fomenta desde su estructura (por lo que tendremos que pensar que estamos ante un problema estructural, más que moral), una ciudadanía irresponsable y tan individualista que no tiene reparos en delinquir para conseguir mayor rentabilidad económica. Por eso decía antes, remitiéndome a Zizek, que sería un error pretender psicologizar la actual crisis capitalista. Es decir, esto que vive Europa no es una crisis ética ni de valores, sino una crisis capitalista. La labor actual del Estado, y en este sentido sobre todo su función de crear hegemonía cultural, son cuestiones políticas y estructurales. Aunque los liberales pongan el grito en el cielo con asignaturas escolares como Educación para la ciudadanía, desde su poder están creando hegemonía cultual: dando una educación apolítica promoviendo el individualismo irresponsable y nihilista, una educación sentimental hedonista (hasta el extremo que apunta Bauman en su Amor líquido: “los vínculos duraderos despiertan ahora la sospecha de una dependencia paralizante, no son rentables desde una lógica del costo-beneficio. Como es natural esto también afecta a nuestra sexualidad, que una vez liberada del amor se condena finalmente a sí misma a la frustración y la falsa felicidad”). Es decir, la educación del ciudadano no es patrimonio del republicanismo. Pero el republicanismo introduce una noción de la que huye el liberalismo, la noción de virtud.

“La virtud es un concepto complejo que tiene que ver con el autodominio y con la buena formación y gestión de los deseos y las emociones”. Gilles Lipovetsky destripaba en La era del vacío la formación sentimental del ciudadano posmoderno, el ciudadano del capitalismo de consumo: “¿Qué queda de ello (del ideal ascético moderno) cuando el capitalismo funciona a base de libido, de creatividad, de personalización? El relajamiento posmoderno liquida la desidia, el enmarcamiento o desbordamiento nihilista, la relajación elimina la fijación ascética. Desconectando los deseos de los dispositivos colectivos, movilizando las energías, temperando los entusiasmos e indagaciones relacionadas con lo social, el sistema invita al descanso, al descompromiso emocional”. Así, Andrés De Francisco cita a Thomas Mann, en La montaña mágica (Nota: las referencias literarias en La mirada republicana son múltiples y muy oportunas, otra forma de educar sentimentalmente al ciudadano, la literatura): “Thomas Mann pone en boca de su protagonista, el joven Hans Castorp, perfecto proyecto de burgués, la siguiente reflexión sobre la virtud: '¡Qué vocabulario usa! No le importa hablar de virtud. ¡Por favor! En mi vida había yo pronunciado esta palabra, e incluso en el colegio decíamos siempre valor cuando leíamos virtus en los libros'”. Para acto seguido citar a Aristóteles: “El hombre está naturalmente dotado de armas para servir a la prudencia y a la virtud, pero puede usarlas para las cosas opuestas. Por eso, sin virtud, es el más impío y salvaje de los animales, el más lascivo y glotón”. Así, ¿qué tipo de leyes haría este tipo, valga la redundancia, de ciudadanos? Solo tenemos que echar un vistazo a la situación actual para respondernos a esta pregunta. “Por eso insiste Montesquieu en que las repúblicas necesitan de la virtud como principio motor, porque solo en las repúblicas hay gobierno popular y el pueblo – o parte de él – es soberano en ellas.

En resumen: “la política republicana de la virtud incorpora una pedagogía que aspira – digámoslo con claridad – a modificar el comportamiento ciudadano. […] Esto no es autoritarismo, sino política”.

...

La lectura de La mirada republicana no acaba aquí. El libro está dividido en dos grandes bloques: “Primera parte. Política, ética e identidad”, con cuatro capítulos más generales sobre el republicanismo, y más políticos; y “Segunda parte. Elitismo e izquierda”, presentando un debate mucho más ideológico.

En esta reseña me he querido centrar en estos dos aspectos por una razón: desde GRUNDmagazine estamos siempre a la búsqueda de lecturas de combate, es decir, de lecturas que nos hagan reflexionar y nos proporcionen un armazón teórico, cultural e ideológico para poder actuar como ciudadanos en la sociedad, para primero analizarla, y luego buscar cómo transformarla. He considerado que estos dos temas que hemos tratado en esta reseña nos ayudan y mucho a posicionarnos con un buen análisis y con buenas propuestas frente a la crisis actual: frente a la avaricia del mercado y al desmantelamiento del Estado de bienestar, frente a unas instituciones débiles y unos poderes arbitrarios, el republicanismo que nos presenta Andrés De Francisco con su mirada republicana nos da buenas herramientas “para alcanzar (una mirada con) profundidad y forma, […] (y para) tener idea de lo que busca y estar en disposición de interrogar”, recurriendo de nuevo a la cita de Bachelard.

Para un análisis más detallado de esta obra, os invitamos a leer la reseña del profesor José Luis Moreno Pestaña en su blog: La miradarepublicana de Andrés de Francisco.

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Consejo editor de GRUNDmagazine y
 miembro del Ateneo Republicano de La Isla

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